miércoles, 1 de enero de 2014

Reset no es ganar dos veces en tenis

Cuando heredé aquel viejo edificio del ensanche de Barcelona, nunca pensé que llegaría a dejar mi flamante y lujoso ático de la Bonanova para instalarme en los bajos húmedos donde mi padre instaló su consulta médica y yo acabaria adaptando como mi domicilio habitual. 
De pequeño no podía entender que siendo la entrada al edificio y a la consulta a nivel de la calle, por qué el rótulo en el vestíbulo ponía planta primera. Solía tener pesadillas imaginando que el edificio, una vez levantadas todas las plantas, se había hundido en el terreno escondiendo la planta baja, que había quedado como sótano, enterrando obreros y secretos confundidos entre los cimientos. 
Mi mujer me animó a reformar el edificio y vender los pisos para obtener un rendimiento económico de la deteriorada herencia y curiosamente el director del banco me ofreció el crédito necesario para emprender las obras que no tuve mas remedió que realizar ante tanta facilidad y disposición. Llegó la crisis y no llegué a vender ni un solo piso. El banco se quedó mi ático en la Bonanova, mi chalet en S'agaró y a mi mujer, todo en el mismo lote. Siempre pensé que ella tenia algo de futuróloga y se ligó al director para quedarse con todo...todo? no. Con ático, chalet y hembra saldé mi deuda y me quedé como digno propietario de un edificio recién reformado que debía llenar de inquilinos y empezar a obtener rentas ante la imposibilidad manifiesta de venderlos.
Así decidí poner cartelitos de "se alquila" en los balcones, instalarme en la planta primera que es baja, dos pisos para mi solo que por algo soy el dueño, y esperar llamadas telefónicas de los interesados. Pasaría de inmobiliarias y me dedicaría a administrar "in situ" mi renovado patrimonio. Seria el casero de un edificio de seis plantas y ático en el centro de la ciudad, una mezcla de portero y administrador que nunca llegué a imaginar me iba a deparar tantas historias curiosas.
Los primeros interesados fueron unos estudiantes, dos chicas y un chico. Daniela llevaba la voz cantante, querían el ático, pero su economía les hizo bajar una planta y se quedaron el 6º2ª. Al principio dudaban pero cuando descubrieron que tras la puerta naranja que daba a la escalera se escondía un ascensor se disiparon sus dudas. Los acepté sin dudarlo ya que necesitaba ingresos y pensé que la juventud traería alegría y ganas de vivir  a mi entorno y eso en mi vida que recién se "reseteaba" debía valorarlo. Y esos chicos me iban a cambiar la vida. Lo confirmé ya el primer día que se instalaron en su piso, cuando a la hora de cenar, llamaron al timbre y tras la puerta apareció Daniela, bella y sonriente, diciendo "¿no me prestaría un poco de sal, que ya he batido los huevos y olvidé comprarla?"

No hay comentarios:

Publicar un comentario